Verano feliz y otros cuentos – Carlos Castillo Quintero

 

Prólogo
Esas tales familias no existen

Me prometí no convocar a Tolstoi a este flanco. Ni una palabra sobre la felicidad de las familias felices. Callen esos ojos. Esas tales familias no existen. La felicidad como un absoluto tampoco. Apenas una promesa de paraíso. La fe de los carboneros. La que sí existe, está probado, es la derrota constante más allá de toda muerte. Si no me creen miren por la ventana, prendan la tele, salgan un poquito ahí afuera. Existen también leves fogonazos de la dicha. Un verano feliz, una corta temporada de paseo por las ciudades de azúcar de la infancia, una cima que pronto torna en abismo. Momentos muy momentáneos en que todo parece que casa y el mundo cabe en una casa. La grieta entre las nubes por donde se cuela un rayo de luz que no alcanza para todos, como en una vieja película de Vittorio de Sica. La palabra iluminación. La otra palabra: epifanía.

Verano feliz y otros cuentos es un libro que es lo que es y lo que es lo es dignamente. Una exposición de miniaturas, un tiovivo que rota sobre su eje sin sobresaltos, un rosario de medianoche. Su pretensión es minimalista, cotidiana, sencilla. No juega con cartas marcadas, ni cede a las dos mayores tentaciones de los cultores del género: el suspenso o la sorpresa. Cada historia en su redonda pequeñez desemboca en un instante, un solo instante total, en el que la vida parece revelar algo. Un algo que apunta hacia afuera del lenguaje. Al absurdo, la gracia o el horror. Una explosión de artificio que ilumina la noche y se apaga pronto.

Un libro, cualquier libro, es también un Ars Poetica, he aquí que Carlos Castillo Quintero nos ofrece una lección de escritura de cuentos. Cada historia es una pieza artesanal. Se nota el trabajo de hallar la palabra que es y ponerla en el lugar que es. Eso es toda literatura. Una elección tras otra de palabras que al leerse sobre la página parecieran encontrarse cómodas unas con otras. La maestría de una sencillez que lleva tiempo, que se hace de tiempo, que es tiempo. En esto, si fuera necesario el símil, uno podría mirar hacia oriente, hacia un arte que en un par de pinceladas concentra la esencia de la montaña o el río. O un poco más cerca, hacia cierta tradición norteamericana —pienso en Lydia Davis, en Amy Hempel, en Bobbie Ann Mason— que han hecho de la contención, la brevedad y el gusto por el detalle luminoso una manera de contar el mundo, su mundo.

Pero, ¿qué mundo es éste?, ¿quiénes los personajes que lo habitan?, ¿cuáles sus aspiraciones? Respuesta rápida: gente del común en situaciones comunes. Hay en Verano feliz y otros cuentos una serie de seres mediocres, medianías sin atributos estrambóticos, gentecita de por ahí, pueblo llano, clase trabajadora, si me apuran. No pertenecen a los estratos altos ni a los bajos fondos. No son campesinos, ni del todo cosmopolitas. Sus dramas son tan cotidianos que componen un fresco amplio de disfuncionalidades de entrecasa. Hombres, mujeres, infantes que buscan algo, un amor, un trabajo, alguna experiencia. Para la muestra, botones: un viejo que se enamora de una muchacha y abandona a su esposa para vivir un romance otoñal; otro que, en cambio, debe cuidar de una mujer que sufre ataques de amnesia. Un niño que descubre a un tío que está prisionero en la cárcel del pueblo, otro que quiere regalarle rosas a la compañerita que le gusta y uno más que se enamora de una prima lejana tras un terremoto. Una adolescente que va a una entrevista laboral, un padre que descubre en la frente de su hijo recién nacido una marca extraña y otro más que solo sueña un encuentro sexual entre desconocidos. Lo dicho, heroísmos domésticos narrados sin juegos de artificio, ni malabarismos técnicos. Cosa que se agradece.

Ahora bien, por si no quedó claro, sí estamos ante una prosa sugerente que exige su parte a cada lector. Este debe cartografiar el sustrato de violencias que reptan en la sombra y raramente explotan en la superficie, las tensiones que se transmutan en pequeñas derrotas, la suma de impases que conducen a la incomunicación, los terrenos minados de silencios y elipsis, el ancho río de la vida que separa a cada personaje de la orilla donde reside el otro, los otros. De eso y del dolor y la luz van estos cuentos que hasta aquí han venido. Lean y me cuentan.  

Rodolfo Celis
Noviembre, 2021

 

La publicación de este libro es posible gracias a la Beca de Creación en Literatura, de la Convocatoria de Estímulos para Procesos artísticos y culturales de la Alcaldía Mayor de Tunja, 2021

 

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