"Eos y Titono" | Generada por IA

        MEDIO SIGLOHoy, agosto 28 de 2016, cumplo cincuenta años. He vivido 18.262 días que bien podría contar en horas, minutos y segundos. El espejo me devuelve la mirada de un hombre de ojos cansados y cabello blanco. Prefiero no pensar en él, que siga su viaje. Yo, mientras tanto, me entretengo con fábulas fallidas, relatos de quienes han querido eludir a la muerte.

Termino estas líneas y un minuto antes de enviarlas al periódico me entero de que mi querido y admirado Alberto Aguilera Valadez ha muerto. Adiós al Divo de Juárez, Juan Gabriel, a quién dedico los fragmentos que siguen.

1

¿QUÉ DESEAS? Hermano de Príamo, rey de Troya; y de Ganimedes, el adolescente amante de Zeus; el príncipe Titono es tan agraciado como ellos. La diosa Eos, la delicada Aurora, se enamora perdidamente de él y le pide a su padre que lo haga inmortal. Zeus accede y Eos se casa con Titono, tienen dos hijos y viven muy felices. Sin embargo pasan los años y Titono envejece: es inmortal pero carece de juventud eterna. Una tragedia. Eos se lamenta ya que su padre, si ella así lo hubiera pedido, le habría concedido a su esposo este otro don, pero lo olvidó. Los años encogen el cuerpo de Titono, que se convierte en una madeja de arrugas de la que brota un gemido. La Aurora abandona el lecho matrimonial cada día más temprano, espantada ante el aspecto de su esposo. Zeus, al ver el guiñapo en el que se ha convertido Titono, se compadece de él y lo transfigura en grillo. Eos, desde entonces, todas las mañanas llora su desventura y sus lágrimas se convierten en rocío, único alimento del insecto inmortal en el que se ha transformado Titono. Dicen, que si alguien le pregunta a un grillo ¿QUÉ DESEAS?, el canto natural del animalito cambia y con un murmullo lento y apagado, contesta: MORIR, MORIR, MORIR...

2

ULISES. En El inmortal, cuento de Jorge Luis Borges, se lee: «Esas cosas Homero las refirió, como quien habla con un niño. También me refirió su vejez y el postrer viaje que emprendió, movido, como Ulises, por el propósito de llegar a los hombres que no saben lo que es el mar ni comen carne sazonada con sal ni sospechan lo que es un remo. Habitó un siglo en la Ciudad de los Inmortales. Cuando la derribaron, aconsejó la fundación de la otra. Ello no debe sorprendernos; es fama que después de cantar la guerra de Ilión, cantó la guerra de las ranas y los ratones. Fue como un dios que creara el cosmos y luego el caos.

Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal. He notado que, pese a las religiones, esa convicción es rarísima».

3

 LA RAMA DORADA. En la Antología de la literatura fantástica de Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo se incluye un texto de James George Frazer, al que titulan Vivir para siempre, dice:

«Otro relato, recogido de Oldenburg, en el Ducado de Holstein, trata de una dama que comía y bebía alegremente y tenía cuanto puede anhelar el corazón, y que deseó vivir para siempre. En los primeros cien años todo fue bien, pero después empezó a encogerse y arrugarse, hasta que no pudo andar ni estar de pie, ni comer ni beber. Pero tampoco podía morir. Al principio, la alimentaban como si fuera una niñita, pero llegó a ser tan diminuta que la metieron en una botella de vidrio y la colgaron en la iglesia. Todavía está ahí, en la iglesia de Santa María, en Lübeck. Es del tamaño de una rata, y una vez al año se mueve».

4

        ALGUIEN. Un hombre trabajado por el tiempo, un hombre que ni siquiera espera la muerte (las pruebas de la muerte son estadísticas y nadie hay que no corra el albur de ser el primer inmortal), un hombre que ha aprendido a agradecer las modestas limosnas de los días: el sueño, la rutina, el sabor del agua, una no sospechada etimología, un verso latino o sajón, la memoria de una mujer que lo ha abandonado hace ya tantos años que hoy puede recordarla sin amargura, un hombre que no ignora que el presente ya es el porvenir y el olvido, un hombre que ha sido desleal y con el que fueron desleales, puede sentir de pronto, al cruzar la calle, una misteriosa felicidad que no viene del lado de la esperanza sino de una antigua inocencia, de su propia raíz o de un dios disperso.

Sabe que no debe mirarla de cerca, porque hay razones más terribles que tigres que le demostrarán su obligación de ser un desdichado, pero humildemente recibe esa felicidad, esa ráfaga.

Quizá en la muerte para siempre seremos, cuando el polvo sea polvo, esa indescifrable raíz, de la cual para siempre crecerá, ecuánime o atroz, nuestro solitario cielo o infierno. (Poema de Jorge Luis Borges).


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Publicada originalmente en el periódico EL DIARIO