Es frecuente que a alguien
se le ocurra pasar por escritor, sin serlo. El asunto se resuelve contratando a
quien sí lo es. A este obrero de las letras se le llama escritor fantasma (del
inglés ghostwriter), o de manera más denigrante, en muchos sentidos: negro.
El resultado final es un texto que la mayoría de las veces se publica y que el
susodicho “alguien” firma.
Más allá de las preocupaciones éticas que esto supone, la filosofía y la teoría literaria hoy en día no le ven mucho problema a esta situación; por el contrario, en algunos entornos se proclama la muerte del autor (Roland Barthes, Michel Foucault, entre otros). Se dice que todo nuevo texto, una novela por ejemplo, no es más que una serie de citas de otros textos, ideas entrecruzadas que provienen de un pasado y de una cultura común. Así las cosas, un nuevo texto no pertenece a su autor, sino más bien a la cultura en general y al lector. En “Pierre Menard, autor de Don Quijote”, Jorge Luis Borges le da otra vuelta de tuerca a este asunto. De manera tajante, dice: «Todo hombre debe ser capaz de todas las ideas y entiendo que en el porvenir lo será».
2
Hacerse pasar por escritor, sin serlo, es una cosa. Otra muy diferente es ser escritor y buscar a un Hombre de paja para que firme los libros y se lleve todo el crédito. En el ámbito jurídico se llama Hombre de paja a quien confiesa un crimen que no cometió, va a la cárcel y paga por él. Pero ¿quién no quisiera la gloria de, por ejemplo, William Shakespeare?
3
Desde el Siglo XIX se han
tejido teorías que intentan demostrar, entre otras cosas, que las obras de
Shakespeare no fueron escritas por William Shakespeare (1564-1616). Si bien se
tiene noticia de un actor, nacido en Stratford, con ese mismo nombre, se aduce
que éste no tendría la suficiente formación intelectual, ni la cultura
necesaria para gestar las obras que se le atribuyen. Algunos radicales llegan a
decir, incluso, que ese actor era semianalfabeto y apenas podía leer los
parlamentos que le correspondían. Llegados a este punto, Shakespeare sería un Hombre
de paja y nada más, la máscara de un escritor que deseaba permanecer en el
anonimato. Aquí surgen varias e inquietantes preguntas: ¿Shakespeare, en
realidad, no era capaz de escribir su obra? Y si es así, entonces ¿quién la
escribió?, y ¿a razón de qué Shakespeare se iba a hacer pasar como el autor que
no era?
4
Edward de Vere (1550-1604),
decimoséptimo conde de Oxford, erudito autor teatral, poeta, y mecenas de las
artes es, según algunos, el hombre detrás de la máscara. Apoyando esta idea
existe toda una teoría conspirativa según la cual los registros, y en general
toda la información que hubiera permitido llegar al verdadero autor de Hamlet,
fue falseada, escamoteada, oculta. Hay que decir también que en el Siglo XVII,
en la Inglaterra isabelina, ser autor teatral no estaba bien visto, en un
noble, claro. Así, Edward de Vere, habría conseguido un monigote (Shakespeare)
para que difundiera su obra, y posibilitara su representación.
Actualmente, la teoría de Shakespeare como un Hombre de paja, detrás del cual se esconde un genio, no cuenta con muchos seguidores. El canon en el mundo académico y literario afirma que la autoría de las obras de Shakespeare está bien establecida, más allá de cualquier duda. ¿Y a quién le preocupan esos detalles?, está la obra y eso basta. Podríamos retomar la teoría de la muerte del autor o, simplemente, citar a uno de sus personajes: «La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no tiene ningún sentido» (Macbeth, 5.º acto, escena V).
No piensa así el director de cine Roland Emmerich (Stargate, Godzilla, 10000 a. C., Independence Day, entre muchas otras) quien en el año 2011, en el Festival Internacional de Cine de Toronto, estrenó Anonymous. Esta película presenta a un Shakespeare analfabeto y malandro, rodeado y partícipe de un mundo de intrigas. Sin duda Anonymous ofende a quienes han sacralizado al bardo de Stratford y, sin embargo, es un relato de época, con muchas virtudes, entre ellas la puesta en escena de la muerte del autor, y con ella la muerte del ego y de la vanidad de quienes escriben libros. Dice una amiga: ¿De qué se ufanan, si escribir es un oficio como cualquier otro?
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