Un transeunte, 2025 | @KastilloGallery

Un Amor desesperado y un lindo crimen lloriquean en el barro de la calle.

Arthur Rimbaud

Hay más frío en mi habitación

que en los ojos de quienes aguardan en los umbrales.

Sé que el lecho conserva otra memoria.

Sé que hace años, en esta calle, a esta hora alguien

tocaba una dulzaina.

Sé que tu piel es un privilegio   

 

¿Te has ido? Sin ti no hay alegría.

 

El parque del barrio mintió tu perfume

en la tarde hizo algarabía y se 

                                              hincó

para que los niños subieran en su espalda,

pero el agua de la fuente no reflejó tu rostro.

 

La ciudad sabe que no estás…

 

Las calles hacen sonar sus espuelas: su resonancia 

marca la extensión del océano

y me mide,

juego a que no escucho, a que no la veo

(pero tú sabes que no juego)

y me mide.

 

Las palomas durante todo el día y

durante toda la noche

comen y defecan

 y duermen

 y sueñan que

comen y defecan

durante todo el día y

durante toda la noche las palomas

en la cúpula de la Catedral y

en los aleros y

en los tejados de las casas del centro.

Hay uno que odia las palomas

y las enamora con papeles trenzados.  

Hay un tren que pasa seis veces en la noche,

y que tú conoces.

Sé que el color del fuego te desvela

el comercio íntimo del acero sobre el acero.

(Los rieles son un anillo que luce asediada por un puñal

de huellas y de frío

la vanidosa epidermis asfáltica).

Sé que preferirías que el anillo fuera de plata.   

 

¿Qué has ido a buscar? La ciudad es una niña procaz…

 

Hay una calle habitada por una hiena

que luce una estopa en la cabeza (en la quijada)

y se empeña en atormentar a las esquinas

con su tufo.

Hay una sirena que agoniza

en el lavamanos de un cuarto de hotel,

y canta una vieja tonada

que repite una promesa fundida en cinco hilos de

                                                              oro pútrido

que tus labios recuerdan.

Hay un bar que naufraga cada quince años

                                               y una quinceañera

que permanece en la barra

y  hombres de varias generaciones la aman

y no se molestan por el abanico en su rostro

ni por su anodino aire de geisha.

¿Qué se puede esperar de una ciudad

que permite el naufragio de sus bares?

 

¿Te has ido? Sin ti la ciudad no existe.

 

Había una Casa de Placer regentada por una muñequita

de cartón piedra,

y un farol de cristal holandés

y un nombre de siete cifras

olvidado bajo el calicanto.

Había una monja que delineaba laberintos     

de brusca sangre en su espalda,

con un duende prendido a su ombligo

y un confesor.

Había una viuda con las piernas y

     los senos intactos

como caballitos de mar

como siemprevivas     

como escaleras tendidas a un cielorraso

que linda con las estrellas.

¿A dónde ha ido la ciudad,

y la Casa de Placer

que olvidó el patio sombrío en el

que una doncella duerme arrullada por los insectos,

y la monja

que gime esclavizada por un cirio,

y la viuda

que cada mañana recoge los cubitos de hielo

que brotan de su colchón? ¿A dónde?

 

¿Regresarás?  A pesar de la bruma.

A pesar de que no llueve.

A pesar de que no hay luna,

por la rosa triste que mi mano ha escrito,

y por mi mano… ¿Vendrás?

La pérfida nieve se tragó mi habitación.

La ciudad se recoge, asustada,

huye de los diamantes crucificados en los ojos del poeta.

            


Sin el azul del día (poemas)
Carlos Castillo Quintero
Gobernación de Boyacá. Premios CEAB
Tunja. 2008, pp 90.