Wassily deambula por una Ciudad árabe
con
un turbante púrpura va, y en su mochila lleva tubos ocre
que
retienen la piel de una tunecina.
El cielo, negro, cae sobre la torre,
el faro y los ojos de Wassily:
La
torre se erige (aclara su ascendencia babélica) y se pierde
más
arriba de la nube que la ronda como una oveja.
El
faro ignora a su sombra que se pliega en los techos.
Y
los ojos de Wassily son una línea , un rayo blanco, una yegua que gime
entre
conos, círculos, dameros...
Wassily salta de tus labios y sale
por la ventana,
cae,
se
sienta en una silla (el ceño fruncido) y se pone a dibujar la
Plaza
de San Francisco en una libreta roja.
Wassily está triste porque yo no he visto su Ciudad
árabe
la fuente en donde se presiente un
jardín
el embozado que trama un crimen
el coche con los ojos de la favorita del
Sultán
el oro del comerciante del zoco
y la sombra del profeta... Wassily sabe
que
sólo he visto tus labios de muñequita que sabe de Wassily.
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