De la bella invención en Harem y otros 100 microrrelatos

 

 

Buen presagio para un libro cuando en su lectura gana el placer sobre el propósito crítico del lector. Eso me pasó con Harem y otros 100 microrrelatos. Terminé de leerlo y me di cuenta de que había estado inmerso en él todo el tiempo; que, apenas empezada la lectura, había perdido la distancia que permite un análisis crítico. Lo releí. Recién entonces advertí la enorme capacidad de invención de Carlos Castillo Quintero, sus historias asombrosas, siempre inquietantes, toda la literatura que acude a enmarcarlas, la desolación de sus personajes que es como si brotara desde abajo de la letra. Y, sobre todo, la belleza: un lenguaje poético lejos del adorno verbal y cerca de la precisión para significar lo inefable. También, la libertad. Las brevedades de este libro no se ajustan a ninguna teoría de género, tan pronto el crítico cree encuadrarlo en alguna, la lectura posterior le propone otras. Sin embargo, tiene una coherencia absoluta. Es difícil pensar que tal historia debería ser más breve o más extensa, que es el resumen o el germen de algo, se siente que cada micro es lo que es, tiene la extensión que su forma le exige y tiene la forma más adecuada a su contenido. A eso se le llama rigor. Muchas, como “Cartografía”, me parecen perfectas. No dudo del enorme trabajo de escritura que hay detrás de esta obra. El mérito es que su fluidez, su encanto, su interés y belleza, hacen que no se note. Leerla es toda una experiencia.

Raúl Brasca
Buenos Aires, 2023

 

SELECCIÓN DE TEXTOS

Cartografía

Cuando completó el mapa de las infidelidades de su esposa se sintió tranquilo, seguro de conocer la verdadera extensión del desencuentro. Y con aquella bitácora de náufrago continuó viviendo: hizo caso omiso a los desplantes, a la prisa, al hartazgo de ella; se habituó a sus razones de semáforo loco, a las migajas, a la ausencia, hasta convertirse en un accidente, en una borrosa señal, en una intrascendente convención en la geografía de la infiel.

 

Ceniza del Paraíso

Con su último aliento, el amante cruzó el umbral del odio, el de la indiferencia y el olvido, hasta reencontrar a su amada en el deseo, territorio de fuego que cauterizó sus heridas y lo incitó a buscarla. Ella lo recibió con un beso, sin preguntar nada, sin explicarle nada, sació con su cuerpo el arrebato del hombre, bella y letal como siempre, le ofreció una manzana y lo invitó a compartir su mesa con la serpiente.

 

Samaritana

—¡Ayúdame! —dijo el hombre, acuciado por la asfixia del abandono. La mujer se detuvo, recogió las huellas de su partida, y él sintió que una brisa vital atravesaba su garganta. Pero antes de que pudiera recuperarse, ella sacó de su bolso una navaja y se la clavó en el pecho: Para que respire por la herida, le dijo, y retomó su camino.

 

Final de feria

Cuando la vio vestida de luces, con la muleta ondeante y el estoque dispuesto, sólo en ese instante definitivo dio crédito a las habladurías y reconoció los cuernos en su frente, inútiles apéndices en aquella tarde fatal de sangre sin arena.

 

©Gonzalo Arcángel Acero│Tintas sobre papel

 

Alicia

Sentada en su silla de ruedas consume las horas mirándose los pies. Los enfermeros la ubican en la sala de televisión, o frente a una ventana para que le de el sol, y con frecuencia se olvidan de ella. En ocasiones pasa varios días en un mismo lugar, sin que nadie lo note. Arropada en su pañolón, desde lejos parece un animal triste varado en este asilo de caridad.

Algunas noches, cuando todos duermen, ella se arrastra hasta el baño principal y se yergue frente al espejo. Estira su brazo derecho y su mano desaparece a través del azogue. Cierra los ojos y siente que cae en espiral.

Antes del amanecer, otra vez está en su silla.

 

El árbol

Sólo es una rama frondosa, llena de gajos. Lo era hasta que de un machetazo la apartaron de su tronco, y se convirtió en arbolito de Navidad.

Bolas de colores, guirnaldas, nieve, pequeñas figuras de un gordo vestido de rojo, una estrella en lo más alto, bolsitas, gorros, medias, campanitas, y una serpiente de bombillitos de luz por todo el cuerpo. A sus pies, los regalos. Lo mejor de todo, la fosforescencia en los ojos de los niños de la casa, su ansiedad por saber qué es lo que él resguarda.

Pronto llega su gran día: la noche de Navidad. Toda la familia se reúne bajo sus ramas y hay risas y felicidad.

La algarabía dura unos días más, después todo cesa. Unas manos ásperas e impersonales le quitan los adornos y lo ponen en una caneca que apesta a hojas de tamal. Otra vez es una rama, ahora seca y deslucida, manchada con restos de aquella nieve de mentiras, esperando a que pase el carro de la basura.

 

Luz última

Acosado por las deudas, exclamé:

—Le vendería mi alma al diablo.

Y el cornudo, que anda siempre a la acechanza de los desesperados, se presentó de inmediato, sonriente, con un contrato más generoso de lo que yo me hubiera imaginado.

Pero no pudimos cerrar el negocio, pues cuando él quiso comprobar la calidad de lo que le ofrecía, dentro de mí no encontramos nada.

 

 

 

©Gonzalo Arcángel Acero│Tintas sobre papel

 

 

 

Bradburyano 1

Próxima Centauri, la estrella más cercana al Sol, alberga un planeta similar a la Tierra.

Dicen, los que lo han visto a través de poderosos telescopios, que ese mundo es un espejo del nuestro, con las mismas plantas y animales.

Dicen, que el mar de ese planeta es tan cristalino que los arrecifes de coral encandilan a los privilegiados que han podido verlos.

Los más entusiastas, aseguran que allí queda el Paraíso del que hablan en el Génesis y en otros libros antiguos.

Dicen, que es un planeta sin humanos.

 

Bradburyano 3

Son los únicos dos planetas habitados en la galaxia, quedan muy cerca, y son iguales en todo excepto porque en uno las gentes están despiertas durante el día y en el otro sólo durante la noche.

Nadie trabaja pues desde hace siglos tienen resueltas sus necesidades. Los habitantes de uno y otro planeta pasan sus horas de vigilia pegados a un telescopio, observando dormir a sus vecinos.

Sin que nadie pueda explicar muy bien por qué, es una verdad pública e irrefutable que los habitantes del otro planeta son más felices. Los nocturnos envidian el sueño de los diurnos, y viceversa.

Se dice que la peste de suicidios comenzó en el planeta de los diurnos, pero no hay nada que lo pruebe. Lo cierto es que en menos de tres semanas de esos planetas gemelos sólo quedó la carcasa y desde entonces deambulan por el Universo, iguales a los demás, buques fantasmas habitados por la soledad y el vacío.

 

Final

—Hola —dijo la Muerte.

El hombre ni siquiera alzó a mirar.

—Es la hora —dijo la dama oscura y con voz dulce, añadió—: Vamos.

El hombre levantó la mirada de su celular y la miró: era igual a la mujer que tenía en la pantalla. Sonrió y, en silencio, fue tras ella.

 

 


"Harem y otros 100 Microrrelatos | Antología personal"
CARLOS CASTILLO QUINTERO
Premio HOMENAJE AL CONSEJO EDITORIAL DE AUTORES BOYACENSES | CEAB 30 AÑOS
Componente II, Procesos de gestión, Libro de antología
180 páginas
Burdelianas Poetry Editores, 2023

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