Pienso que es la ocasión ideal para estrenar la ensaladera grande que ella me regaló en nuestro último aniversario. Busco la receta que tanto le gusta y comienzo la preparación. Pico la lechuga romana, la cebolla, los pimientos, los tomates y el pepino. Mezclo los colores igual a como ella lo hace cuando está frente a un lienzo. Añado el queso y las aceitunas. En otro tazón preparo el aderezo: aceite de oliva, orégano, jugo de limón y pimienta negra. Con orgullo miro el resultado. Pongo todo en la nevera y la llamo. No contesta.
Me sirvo un vino y espero. En el computador suena Just like a Woman, por quinta vez. No me gusta Bob Dylan, pero a ella sí. Le subo el volumen. No teníamos una cita, ni nada parecido, pero ella sabe que esta fecha es importante para mí: hoy hace tres años me convertí en lo que soy.
—¿Tu lado femenino?
Pasada la sorpresa inicial, me dio todo su apoyo. Luego vinieron las operaciones, los cambios, y las cosas salieron muy bien. Ahora soy una mujer casi tan linda como ella, incluso nos parecemos.
La llamo de nuevo y no contesta. Pongo la mesa. Su puesto es el de siempre, frente a la ventana, allí donde puede ver las estrellas y las luces de los edificios del centro. Brindamos. Como despacio con la ilusión de que todavía hay tiempo para que llegue. Sé, sin embargo, que no vendrá: así fue el año pasado, y el anterior. Le ofrezco otro vino y con voz entrecortada hago la pregunta que no le gusta:
—¿Podemos ser amigas?
Bob Dylan canta y nadie lo escucha.
©Carlos Castillo Quintero