RÉQUIEM
a mi Madre
I
Ella nació en diciembre, como tú.
Tenía los labios finos,
el cabello arisco
irisadas las uñas, tristes,
y unos ojos que se atrevían
a contender con la noche.
No conoció el mar, pero soñó con arrecifes
con una ciudad submarina
de donde le llegaban cartas
y fuegos artificiales.
No supo de ti, pero te hubiera amado.
Yo nací de su ombligo sin usura,
como los geranios
o las begonias de sus manos
o la tormenta de su cabellera
o su anticipado cansancio.
II
Quizá tuvo miedo (se lo diría
a su almohada) de sí misma, y de los otros
y de un aséptico juego de cubiertos
que desde un armario la recrimina, todavía.
Quizá en alguna tarde de calor
intentó el ocio (que el mundo
caminara solo) mientras atendía
al pícaro dragón
que bajo la piel le molestaba.
Quizá se procuró salidas
y puestas de sol (tenía algo de bestial
y de miel en sus pezones)
porque como tú,
estaba hecha de fuego.
III
Ella murió en junio.
Sus pasos se repiten, huecos,
en el patio de una casa
que no fue suya (no fue nuestra)
y donde mi corazón la espera.
De la ceniza de sus manos
renacen las flores que amó
(como a su hombre)
con un amor insensato.
En la plaza, un ocobo
recuerda su sombra
y la confunde
con la de una mulata
que, como ella,
fue princesa y
fue olvido, y viceversa.
© Carlos Castillo Quintero